Sin avance.
Los mexicanos están sufriendo para mantener su nivel de vida, y por ello dejan de comprar ropa y de invertir en su instrucción o diversión.
La semana pasada se publicó la Encuesta de Ingresos y Gastos de los Hogares, ENIGH, en su versión 2022. Es una fuente inmensa de información, que es de gran utilidad para entender mejor qué hacemos bien y qué mal, en términos no sólo monetarios, sino también de acceso a diversos servicios que desde hace décadas decimos que deben ser para todos, y no lo son.
Se puede utilizar la ENIGH para celebrar o criticar al gobierno en turno, pero eso no es ni muy correcto ni muy útil. No es correcto porque las dinámicas detrás de lo que mide la ENIGH son de largo plazo, y justamente por eso no es útil hacerlo. Pero así le hacen cada dos años, cuando se publica. Si las cifras salen un poco mejor que antes, el gobierno celebra. Si salen un poco peor, son los críticos los que hacen fiesta. Dos meses después, ya nadie se acuerda de eso.
En esta ocasión, la ENIGH nos permite ver que el bache de la pandemia ya fue superado, pero apenas regresando a la tendencia previa. Por ejemplo, la distribución del ingreso ha mejorado constantemente desde 1996 (con un gran bache por la Gran Recesión de 2009), y así sigue. Eso es bueno, pero debería ser más rápido.
Por la forma en que publicó los datos INEGI (con pesos de 2022, ajustados por la inflación) parece que hay un gran crecimiento en los ingresos laborales, y eso podría llevar a pensar que hay una reducción de pobreza significativa. Esa información no debería sorprender a nadie porque Coneval, la institución que medirá la pobreza con los datos de la ENIGH, ya nos había dicho que el ingreso laboral de los mexicanos había crecido 10 por ciento entre 2018 y 2022, si se descuenta usando la inflación general, pero si en lugar de eso se utiliza la canasta alimentaria de Coneval, el crecimiento desaparece. Por lo tanto, hay que esperarse al dato oficial para entender mejor el fenómeno.
Para saber si las personas están en mejor condición que antes, lo que es útil es analizar la forma en que gastan. Si comparamos los datos de ahora con los de 2016 y 2018, resulta que hay un incremento importante en gastos en salud, y un poco menor en alimentos. A cambio, las personas dejan de gastar en educación y esparcimiento (así se llama el rubro) y en vestido. Esto significa que, aunque en pesos y centavos parezca que tienen más, los mexicanos están sufriendo para mantener su nivel de vida, y por ello dejan de comprar ropa y de invertir en su instrucción o diversión. En promedio, el gasto en vestido cayó 18 por ciento y el de educación en 21 por ciento, a cambio, creció el gasto en alimentación en 7 por ciento, y el de salud en ¡25 por ciento!
En el caso de salud, el incremento en el gasto parece tener dos causas. El impacto del covid sigue existiendo, y probablemente el covid largo sí incremente la presión en algunos hogares. Sin embargo, el elemento más importante es la destrucción del sistema de salud pública en México. La concentración de compras de medicamentos y materiales, seguida de la cancelación del Seguro Popular, ha provocado que ya más de 50 millones de mexicanos no tengan acceso a la salud.
Puesto que la economía no creció nada entre la ENIGH 2018 y la de 2022, y la mejora en distribución del ingreso es un fenómeno tendencial de ya tres décadas, no era de esperarse un gran avance en reducción de pobreza. Al presentar los datos con una inflación promedio, INEGI pudo haber dado la impresión contraria, pero con la medición de la canasta alimentaria de Coneval, el efecto desaparece en la medición laboral. Por eso, y por un gasto que indica menor bienestar, me inclino a pensar que, sin ser catastrófica la situación, no logramos avanzar en este tema.
Escribe: Macario Schettino / El Financiero