Opinión

Otra del cambio climático: hambruna

Cuando científicos y activistas climáticos y ambientales dicen que el cambio climático debe abordarse como una crisis o emergencia, no exageran ni mucho menos cuando afirman que se trata del más grande de los desafíos de la humanidad, porque ya está impactando gravemente la salud pública, los ecosistemas y la biodiversidad, así como la economía de los países, sobre todo de los más vulnerables.

A muchos líderes políticos sigue sin hacerles eco que el clima global se calienta a un ritmo sin precedentes y que las temperaturas continuarán aumentando si no se frenan actividades humanas destructoras, como la quema de combustibles fósiles.

Pareciera que tampoco les queda claro que los impactos más desastrosos ya se resienten: huracanes, inundaciones, olas de calor y sequías más frecuentes e intensas, a lo cual se suman muertes relacionadas con el calor, así como escasez de agua y alimentos. Las proyecciones apuntan a que esos golpes se exacerbarán más.

En el caso de los alimentos, un nuevo informe indica que los esfuerzos globales para combatir el hambre aguda en algunos países están siendo obstaculizados por conflictos, falta de financiamiento y burocracia.

Esos factores impiden que llegue la ayuda alimentaria y la asistencia para que los agricultores puedan cultivar en el momento preciso. El resultado, más hambre.

Pero a esa triada se han sumado la pandemia de covid-19 y sus repercusiones económicas, así como la crisis climática.

Un caldo de cultivo perfecto para el desastre humanitario.

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), en un nuevo informe publicado el pasado 30 de julio, advierten que ese conjunto de calamidades ocasionará niveles más altos de inseguridad alimentaria aguda en 23 puntos durante los próximos cuatro meses.

Y es que un clima que va cambiando a gran velocidad está provocando que la agricultura no sólo sea un desafío, sino una actividad imposible en algunas latitudes donde sólo hay tierras secas e infértiles. Esos 23 puntos críticos son de países pobres y altamente vulnerables a la inestabilidad climática, política y social: Afganistán, Angola, República Centroafricana, Sahel Central, Chad, Colombia, República Democrática del Congo, Etiopía, El Salvador, Honduras, Guatemala, Haití, Kenia, Líbano, Madagascar, Mozambique, Myanmar, Nigeria, Sierra Leona y Liberia, Somalia, Sudán del Sur, República Árabe Siria y Yemen.

Así, la FAO y el PMA alertan que 41 millones de personas están a punto de caer en hambruna si no reciben ayuda alimentaria y de subsistencia de forma inmediata.

Hay que recordar que naciones como Etiopía, Somalia, Yemen y Nigeria, sólo por mencionar algunas del continente africano, llevan décadas sobreviviendo ante la escasez de agua y alimentos.

En países como El Salvador y Honduras, donde se ubica el llamado Corredor Seco, el hambre ha aumentado a causa de la crisis climática y de la pandemia de covid-19.

El informe Los diferentes rostros del hambre en Centroamérica, publicado en marzo pasado por el Consorcio de Organizaciones Humanitarias, evidencia inseguridad alimentaria como consecuencia de sequías, covid-19 y temporada de huracanes.

“Las agudas sequías de 2018 y de 2019 dejaron a un 72% de las y los agricultores de subsistencia en inseguridad alimentaria moderada o severa en agosto de 2019. Luego, en el 2020, tras la irrupción de la pandemia y el paso de las tormentas tropicales Amanda y Cristóbal y los huracanes Ella y Iota, el hambre empeoró”.

Combatir la inestabilidad climática es un deber de la humanidad, en la misma medida que lo es erradicar el hambre, pero ambas causas requieren echar mano, y pronto, de todas las soluciones y esfuerzos para, así, mejorar la vida de las personas y dejar de contaminar y devastar los ecosistemas. Si se pierden las batallas, el hambre y la desnutrición, de acuerdo con las dos agencias de la ONU, podría incrementarse en 20% hacia 2050.

Y, por cierto, si se tiene aún la posibilidad de comer tres veces al día, hay que evitar el desperdicio de alimentos y cuidar el agua, porque, actualmente, en el planeta hay más de 690 millones de personas que tienen el estómago vacío y éstas, en su mayoría, están expuestas también a la crisis climática, además, hay grandes limitaciones para que a sus comunidades les llegue la ayuda humanitaria.
Escribe: Lorena Rivera / Excélsior 

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