Ni aquí ni en China los aviones y aeropuertos se llenan por decreto.
Los impuestos y la TUA son más altos que los propios costos de operación de las aerolíneas y, a cambio, recibimos aeropuertos viejos, algunos remodelados, pero con infraestructura arcaica, servicios de navegación aérea con problemas por falta de presupuesto y condiciones laborales dignas, filas eternas en migración y aduanas.
Desde el poder se dice que la propuesta de cabotaje aéreo es para tener más competencia, más aerolíneas, aunque sean extranjeras, para dos fines: conectar al país y para que bajen los “carísimos” precios de los boletos de avión. Vaya que ambas son música para los oídos de cualquier consumidor, pero, ¡ojo!, porque los argumentos deben soportarse en hechos, no en dichos y menos en discursos mañaneros.
De acuerdo con información de la AFAC, que encabeza Miguel Enrique Vallín, en 2022, las aerolíneas nacionales operaron 220 rutas domésticas en el país. México rompió récord moviendo arriba de 107 millones de pasajeros, más de 50% de ellos en vuelos domésticos. Pero, mire, 77% de todos los pasajeros aéreos del país se concentraron en sólo siete aeropuertos: AICM, Cancún, Guadalajara, Tijuana, Monterrey, Los Cabos y Puerto Vallarta. ¿Quiénes eligen estos destinos? Pues los pasajeros, los caprichos no lo deciden. En esas siete terminales operan 70 aerolíneas.
¿Falta de competencia?, ¿la concentración se da por oferta?, ¿cuántas rutas más se necesitan? Si bien las rutas domésticas las pueden operar sólo las nacionales, también es cierto que la combinación con las extranjeras genera un círculo virtuoso precisamente de competencia. Entregar el territorio aéreo a otros países, ¿para qué?
¡Oh, sorpresa! 60% de los costos aeroportuarios provienen de las tarifas y servicios públicos. Dentro de los costos de un boleto de avión —eso no lo dice el presidente López Obrador y menos el general Isidro Pastor, el director del AIFA—, alrededor del 35% es el combustible y otro 35% de impuestos, derechos y la carísima Tarifa de Uso de Aeropuerto (TUA). El resto son los costos operativos de las empresas aéreas.
Los impuestos y la TUA son más altos que los propios costos de operación de las aerolíneas y, a cambio, recibimos aeropuertos viejos, algunos remodelados, pero con infraestructura arcaica, servicios de navegación aérea con problemas por falta de presupuesto y condiciones laborales dignas, filas eternas en migración y aduanas.
Por eso, la FAA, de Billy Nolen, degradó, no las aerolíneas o los aeropuertos, sino a la autoridad por incumplir estándares internacionales de seguridad.
Los márgenes financieros de las aerolíneas son de un dígito, a veces negativo y no reciben subsidios, por el contrario, son grandes contribuyentes del SAT, por lo que extraña que el gobierno quiera su quiebra. Lo que no se dice es que, para que funcione, como en Europa, debe haber piso parejo y reciprocidad, no apertura unilateral. Donde hay que poner foco es en los márgenes operativos de los aeropuertos porque tienen el gran monopolio de la recaudación de la TUA y más del 50% procede de esa tarifa que, en el caso de AICM, es la más cara del mundo y llega a representar hasta 65% del precio del boleto de avión.
Por ejemplo, en el AICM le cobran por vuelo doméstico 28.04 dólares, 53.24 en internacional y, el colmo, se usa para pagar la cancelación del NAIM, no para reconstruirlo y dignificarlo como la gran puerta de entrada que es para el turismo de nuestro país.
Ahora bien, jamás la aviación había sido tan democrática. Las familias tarifarias de las aerolíneas tradicionales y de bajo costo explican por qué cada vez son más accesibles a la población, porque hay competencia y hoy es más barato volar que hace 20 años. Según datos del Inegi, en verano de 2022 el precio promedio de los boletos dentro de territorio nacional en las principales 10 rutas fue 26% menor en términos reales respecto de la misma temporada de 2019. ¿Carísimos? Sí, pero por la turbosina, los impuestos y la TUA.
Así pues, queda fuera del radar que el cabotaje sea el pretexto para “mejorar la conectividad y bajar los precios”. La intención de fondo es forzar a que el AIFA tenga más vuelos, pero, una vez más, la estrategia es totalmente equivocada porque el mercado manda y por más que le pongan cabotaje, tren bala, puentes, taxis, autobuses, Metrobús o agua bendita, los aviones sólo se llenan cuando la demanda, no el gobierno, lo pide.
Escribe: Alicia Salgado / Excélsior