Opinión

¿Liderazgo regional?

En sólo una semana, la política exterior de México tuvo más sobresaltos y sorpresas que la de sexenios completos, con lamentables atrocidades como: “Comes y te vas” o la humillación de Donald Trump a Peña Nieto en su propia casa.

Esta semana vimos un manejo geopolítico interesante por parte del canciller Marcelo Ebrard. El capitán de nuestra política exterior logró mover las piezas de nuestras relaciones con otras naciones para reafirmar el papel de México como líder regional.

En pocos años y con varios tropiezos, la 4T logró afianzar su postura en política exterior. Ahí están los ejemplos: el asilo a Evo Morales, el cierre de filas con Argentina, las conversaciones con Venezuela y la oposición, refugio simbólico a mujeres afganas y, ahora, la Celac con la intención de retomar una integración latinoamericana.

¿Es posible esa integración como un bloque regional con influencia global? El anhelo de la integración latinoamericana no es nuevo, es el deseo de todos aquellos que tenemos sueños colectivos. También fue una aspiración largamente acariciada por ensayos fallidos como el Mercosur.

Lamentablemente, son un fracaso. No podemos imaginar una integración al estilo de la Unión Europea en una de las regiones más desiguales e injustas del planeta. ¿Cómo crear un bloque que influya —más allá de la demagogia— cuando la mitad de su población vive en la más lacerante pobreza? ¿Cuando el promedio de nuestros salarios es semejante a la servidumbre comparado con los países desarrollados? ¿Con qué bases este bloque imaginario podría negociar con la UE o Estados Unidos en igualdad de circunstancias?

 

O SEA, SÍ….

La iniciativa de crear una organización distinta a la OEA es una necesidad imperiosa de este nuevo siglo. Como también lo es el tema de Naciones Unidas ligada, indisolublemente, a los intereses de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Son organismos que fueron rebasados por los intereses y patrocinios con los que se sostienen.

Aplaudo las voces que denuncian el embargo, por más de seis décadas, contra Cuba. Es indigno e inmoral; vaya, un crimen. Sí, el pueblo cubano merece un premio a la dignidad. El pueblo, no la maquinaria de opresión. También merecen un premio a la dignidad esos que huyeron de la isla y se jugaron la vida en el mar para subsistir.

Miguel Díaz-Canel no es ni representa al valeroso pueblo cubano. Díaz-Canel no es Fidel Castro en medio de la Guerra Fría. Nicolás Maduro no se acerca al personaje de Hugo Chávez. Figuras que trascendieron su leyenda, nos guste o no su proceder.

Los actuales representantes de Cuba y Venezuela no son más que conductores de una perfecta maquinaria que funciona con o sin ellos. Una maquinaria que para subsistir censura a la prensa y encarcela a los opositores. Regímenes que impiden el acceso a internet y redes sociales so pretexto de “evitar el complot imperialista” (un discurso que huele a la década de los años setenta).

 

PERO NO

Si Donald Trump hubiese sido reelecto, con sus brotes de ira, insultos y amenazas ¿hubiéramos escuchado el mismo tono de discurso en la Celac? ¿Le hubiéramos solicitado terminar con el embargo?

¿Agencia Espacial Latinoamérica mientras ya se consiguen viajes all inclusive al espacio? ¿No traería más beneficio a la región una agencia para llevar agua potable a todas las comunidades? ¿Una agencia regional de vivienda digna y acceso igualitario a la educación y la salud?

Seguramente, en unas semanas estaremos haciendo un recuento o control de daños por estos invitados.

 

POST SCRIPTUM

Faltó la cereza del pastel: Daniel Ortega. No, es cierto. Ellos nos acusan de injerencistas.

Escribe: Kimberly Armengol @KimArmengol / Excélsior 

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