Opinión

Las tumbas vacías.

El presidente municipal, Tecutli Gómez, expresó con respecto a la búsqueda que estarían pendientes, además de que se emplearían todas las atribuciones del municipio en coordinación con la Fiscalía de Jalisco y demás instituciones de seguridad para su pronta localización.

El viernes se reportó la desaparición de cinco jóvenes en Lagos de Moreno, Jalisco. El presidente municipal, Tecutli Gómez, expresó con respecto a la búsqueda que estarían pendientes, además de que se emplearían todas las atribuciones del municipio en coordinación con la Fiscalía de Jalisco y demás instituciones de seguridad para su pronta localización.

La Fiscalía estatal comenzó los operativos de búsqueda el domingo. Días después informó del hallazgo de restos humanos en el interior del coche de una de las víctimas. Asimismo, se compartieron en redes sociales una foto y un video desgarradores. Se observa cómo uno de los jóvenes es obligado a golpear y torturar hasta la muerte a sus compañeros.

La fiscal especial en Personas Desaparecidas, Blanca J. Trujillo, dijo que los familiares confirmaron que aquellos jóvenes de la foto eran a quienes buscaban. No obstante, el fiscal estatal, Luis Joaquín Méndez Ruiz, afirmó que no se ha confirmado si los restos pertenecen a ellos, por lo que continúan desaparecidos.

Tres coyunturas sumamente violentas se ven expuestas: las tumbas vacías de la desaparición forzada y la suspensión del tiempo; la espectacularización vulgar de la violencia como mecanismo de control, que termina por evidenciar el morbo vulgar y la paradoja de la tortura como mecanismo mismo de tortura.

Para ahondar sobre la simbología política de los cuerpos, Carlos Castañeda, en su artículo “La nuda vida y desaparición forzada”, propone que, en un mundo antiguo, la vida se entendía bajo una dicotomía, en la que vida es tanto el aspecto biológico como el cultural; dicha separación permitía, entonces, hacer una distinción en cuanto a los roles y frontera de la política, delimitándola a ser un espacio donde no trataba del vivir, sino del cómo vivir, el vivir bien.

Sin embargo, una vez que Giorgio Agamben (a partir de Walter Benjamin) propone el término nuda vida, refiriendo a la conceptualización del ser cuya fragilidad está expuesta a la muerte, se permite entonces teorizar sobre la transformación de los fines de la política. Sugiriendo que la línea que distinguía esa dicotomía se ha borrado, la política, específicamente el poder soberano, tiene ahora agencia sobre la vida como cuerpo. Es ahora también el cuerpo sujeto de la política y, por ende, víctima de la voluntad de someterlos bajo un Estado de excepción.

Es entonces bajo esta excepcionalidad del Estado donde la ausencia se pasea como fantasma ocupando el lugar de aquellos a quienes se llevaron. Los llamamos desaparecidos para dar certeza de un estatus que no genera más que incertidumbre. Esa ausencia deja tumbas vacías sobre las cuales no se puede llorar. Ausencia que exige esperanza, mientras el tiempo de sus vidas se ve suspendido de manera tortuosa esperando poder volver a poner en marcha el reloj. Bajo la misma lógica de la “tanatopolítica” de los cuerpos, vulgarmente se compartieron medios audiovisuales, a través de los cuales se transmite, haciendo uso de los cuerpos, un mensaje de amenaza y control. Mecanismo que evidencia la tangibilización de la nuda vida a partir de la publicación morbosa, amarillista, que destaca la temible habilidad de despersonalizar por parte de quien lo consume.

El control de los cuerpos vuelve a ponerse en evidencia, además de a través de su desaparición o de su uso como medio de comunicación, como medio para sistematizar la violencia. Como acuña Hannah Arendt en la banalidad del mal, cualquier sistema de poder político puede trivializar la violencia, ordenándola como procedimiento burocrático y sistémico. Es una manifestación de violencia rampante la apropiación del cuerpo desde su robotización, sometimiento y por medio de la tortura como mecanismo mismo de tortura.

Es de suma urgencia plantear soluciones al problema de la desaparición en nuestro país. La autonomía de los cuerpos se ha visto arrebatada, de manera simbólica y literal. Los mexicanos se tornan en fantasmas a partir de la ausencia y sus nombres en cifras. Bajo un Estado de excepción, las calles se han vuelto campos de guerra y a partir del control político de los cuerpos también se ve arrebatada el alma de aquellos que buscan. El tiempo se suspende y la promesa de un regreso alimenta la espera. Ojalá se resignifique la esperanza, que no refiera a espera, sino al sueño de que algún día ya no haya tumbas… mucho menos vacías.

Escribe: Marcela Vázquez Garza / Tw. @marcevaga

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