La democracia como taxi.
Mi solidaridad con el presidente Lula y el pueblo brasileño. ¡No pasarán!
A diferencia del presidente López Obrador, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva es un demócrata convencido. Y no es para menos. Vivió y padeció la dictadura militar (1965-1985): estuvo en prisión, sufrió la desaparición de muchos de sus colegas y la terrible represión y censura que privaron en esos años oscuros. Durante la restauración de la democracia mediante elecciones indirectas, participó activamente junto con Fernando Henrique Cardoso en el Movimiento por Elecciones Directas y en la redacción de la Constitución de 1988. Puede que sus simpatías estén más cerca de éste o aquel mandatario de izquierda, pero defiende la validez de la democracia y de sus instituciones donde sea. Así, en enero de 2021, Lula fue solidario con el candidato triunfante Joe Biden y criticó duramente la violenta toma del Capitolio por parte de los seguidores de Donald Trump.
El 9 de enero de hace un año, el presidente López Obrador declaró lo siguiente en relación a la toma del Capitolio en Washington, D.C., “no vamos a intervenir en estos asuntos que corresponden a resolver, atender, a los estadunidenses (…) Siempre hemos buscado que todos los asuntos se resuelvan mediante el diálogo por la vía pacífica. Por lo demás, no tomamos postura”. Ahora, en ocasión de la toma violenta de los bolsonaristas de la sede del Poder Ejecutivo en Brasil, el Palacio de Planalto, del Congreso y de la sede del Poder Judicial, el Supremo Tribunal Federal, el Presidente mexicano calificó como “reprobable y antidemocrático el intento golpista de los conservadores de Brasil, azuzados por la cúpula del poder oligárquico”. Es decir, en el caso de Estados Unidos, AMLO recomendaba el diálogo entre los trumpistas que no reconocían a Biden, causaron cinco muertes, amenazaron con ahorcar al vicepresidente Pence e iban armados hasta los dientes. Dirigidos por Trump desde la Casa Blanca, querían impedir la certificación de Biden como presidente electo; querían, simple y llanamente, un golpe de Estado.
En México, la mayor amenaza “golpista” que ha sufrido López Obrador durante su presidencia es la de los padres y madres de niños con cáncer y su radical demanda para que haya quimios para que sus hijos puedan sanar y vivir. AMLO simpatiza con Trump y tiene una relación de castigo-premio-sometimiento con Biden porque, al igual que Trump, la democracia le parece inferior a “su proyecto”. Por tanto, se dedica a defender “proyectos” de personajes a los que considera cercanos, sean demócratas como Lula o dictadores como el cubano Díaz Canel o calla y voltea para otro lado ante las atrocidades del Kim Il-sung de Nicaragua, Daniel Ortega.
La democracia, como taxi al que luego le quita la licencia. Por ello, a meses de tomar posesión, hizo cuentas aritméticas y planeó tener como “fieles a su proyecto” a cuatro ministros de la SCJN, como dijera candorosamente, “para que no declaren inconstitucionales” mis reformas, pues se necesitan 8 de los 11 votos para declarar la inconstitucionalidad de una ley. Con ayuda de la UIF se montó una operación para obligar a la renuncia del ministro Medina Mora y se publicaron copias de transferencias bancarias de cantidades en pesos que se describieron como libras esterlinas. Se congelaron todas las cuentas de la familia del entonces ministro y se logró su renuncia. La presidencia de Arturo Zaldívar, más fiel al proyecto de López Obrador que a la Constitución que juró defender, fue de enorme zozobra para quienes veíamos cómo se repetía el guion de otros gobiernos populistas de izquierda o derecha: minar, debilitar y anular al Poder Judicial para eliminar obstáculos al “proyecto”.
Por eso, la elección de la ministra Norma Lucía Piña es de enorme trascendencia. Llega una profesional del derecho con probada independencia, lúcida, con sólida formación jurídica y que se ha atrevido a explorar con audacia las nuevas avenidas que se abren al derecho y a la justicia en los retos del medio ambiente, los derechos humanos y la igualdad. Su nombramiento cambiará probablemente la dinámica dentro de la Corte y se potenciarán voluntades de mayor independencia; se perdió el miedo. El presidente López Obrador se autoderrotó por hubris.
En su magnífico discurso de toma de posesión, la ministra presidenta dijo que había llegado al máximo puesto al que se puede aspirar dentro de la carrera judicial. En efecto, la presidencia de la Corte es la máxima representación de uno de los tres poderes de nuestra democracia, tan importante como ganar la Presidencia de la República; que llegue una mujer del calibre de la ministra Piña es un triunfo gigantesco, de ella y, como ella misma lo dijo, de todas las que han abierto brecha, como las sufragistas, las que nos precedieron, las que retomaron la antorcha, las que siembran ideas utópicas como la interrupción legal del embarazo y la paridad que luego, a fuerza de tesón, colaboración y persistencia, logramos hacer realidades. ¡Enhorabuena!
Escribe: Cecilia Soto / vía Excélsior