La coach.
El miedo no conduce a nada y no hay peor miedo que el que uno mismo alimenta por desconocimiento, expectativas e idealización. El amor es el sentimiento más hermoso de la vida. Y no es al amor realmente a lo que se le tiene miedo, sino a las consecuencias de ese amor, al posible daño que podría generarnos… se le tiene miedo a uno mismo cuando creemos no saber manejarlo. Y le diré algo… no es el amor lo que no ha sabido manejar… han sido sus quereres los que no ha elegido puntualmente para amar sin miedo.
La RAE define amor como un sentimiento intenso de insuficiencia personal que necesita de otro para complementarse, la misma fuente hace del querer un sinónimo del amar… Quizá por ello, algunos caigan en el error de no saber discernir con exactitud lo que sienten, y quien no reconoce bien lo que siente tampoco sabrá vivirlo como se merece.
Amar y querer parecen lo mismo, pero no lo son. Ninguno entraña un problema trascendental en su vivencia, se puede amar y se puede querer y el objeto de ese amor o ese querer puede ser muy variado. No está mal decir lo que se ama ni tampoco está mal decir lo que se quiere y difiero en que seamos seres insuficientes o incompletos por el hecho o no de amar o de querer.
El amar y el querer los define uno según sus propias experiencias, ambos conceptos son amplios e inclusivos, no se reducen a relaciones meramente de pareja o de deseo o intimidad, sino al compromiso que cada uno esté dispuesto a ofrecer por el objeto de su amor o de su querer.
Simplifiquemos… La diferencia entre amar y querer son las siguientes: el amar implica libertad, respeto por la esencia de lo amado, no quiere ni desea cambiarlo, lo acepta como es; no envidia, no compite, no cela, no dramatiza, no limita, cree, no duda, su interés superior es el bien absoluto y pleno de lo amado, disfruta con él, padece con él, se compromete, lo prioriza, le importa; el amor da paz, felicidad, complicidad, seguridad, confianza, apoyo incondicional; el amor engrandece, no minimiza, no juzga, no se burla, nunca utiliza la información en contra, no traiciona, es bondadoso, sencillo, confiable; el amor es eterno, sincero, fiel y, sobre todo, desinteresado.
El querer es más tímido, más desconfiado, más dubitativo, es más que el simple aprecio, pero menos que el amor incondicional, el querer implica un deseo de posesión, puede ser caprichoso, necio, interesado, egocéntrico y más complejo. Siempre trata de tener expectativas, de esperar algo a cambio, de tener un interés aparentemente genuino que le cubra ciertas necesidades o apegos.
La diferencia absoluta entre amar y querer es el conocimiento, el conocer a fondo el objeto es lo que nos permitirá elegir el quererlo o amarlo o incluso rechazarlo, se quiere cuando aún no se conoce o cuando aquello que se conoce se alimenta por una simple percepción o idea personal que poco o nada tiene que ver con el objeto en cuestión. El querer idealiza, el amor ama la realidad tal cual es. Por eso el amor no sufre, porque no genera expectativas. A diferencia del querer: quien quiere sufre porque espera, espera que el objeto de su querer se adapte a sus deseos o idealización que se tiene y no a la realidad de lo que es. El que quiere sufre no por falta de amor, sino por el ego herido.
Por eso hoy lo invito a definir y seleccionar sus amores y sus quereres. Se ama aquello que es real, se quiere cuando existe una idealización que espera ser satisfecha según sus expectativas. Ame o quiera, pero viva todas esas experiencias sin miedo y disfrute de ese conocimiento. Como siempre, usted elige. ¡Felices amores, felices quereres!
Escribe: Paola Domínguez Boullosa / Excélsior