Opinión

Estómagos vacíos y basureros llenos.

En el marco del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, conmemorado el 29 de septiembre.

Entre desigualdad, pobreza, deserción escolar, inflación, violencia y un sinfín de problemas sociales, México tiene hambre.

En el marco del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, conmemorado el 29 de septiembre, y el Día Mundial de la Alimentación, que fue el lunes pasado, habría que denunciar una realidad atroz, que, pese a ser enunciada múltiples veces, no terminamos por erradicar: el hambre.

Alrededor del mundo, tal como se establece en El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022 de la FAO, casi 924 millones de personas (11.7% de la población global) enfrentan inseguridad alimentaria en niveles severos. Además, aproximadamente 45 millones de niños y niñas menores de cinco años sufren de emaciación, lo cual aumenta el riesgo de muerte hasta 12 veces, siendo la forma más mortal de la desnutrición.

En el caso de México, lastimosamente, los resultados de la ENIGH 2018 revelan que 47% de los hogares experimentaron alguna dificultad para satisfacer sus necesidades alimentarias, teniendo en cuenta que, del gasto corriente mensual de los hogares se destina 35% a alimentos, comida y tabaco, siendo éste el principal rubro. Además, Arnoldo Kraus, profesor de la UNAM, afirma que, en México, mueren 23 personas al día a raíz de la inseguridad alimentaria.

Frente a una calamidad como tal, hay una ironía mordaz que se burla grotescamente del hambre: el desperdicio. Abunda tanta miseria como hambre y, sobra aún más comida que hambre. Un estudio titulado Pérdidas y desperdicio de alimentos en el mundo destaca que aproximadamente mil 300 millones de toneladas de la producción de alimentos en el mundo se desperdician al año. Lo cual, en términos monetarios, de acuerdo con el World Resources Institute (WRI), cuesta a la economía global más de un billón de dólares al año y, en cuanto a cambio climático, el desperdicio acredita de 8-10% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial.

Asimismo, el Banco de Alimentos de México indica que en nuestro país se desperdicia un tercio del alimento producido, equivalente a 38 toneladas por minuto, esto puede traducirse a la capacidad de alimentar a 25.5 millones de personas con carencia alimentaria.

Cabría entonces ahondar en los componentes del desperdicio de comida para comprender mejor la trayectoria que debe trazar la solución. Por un lado, referenciando al WRI, los causantes del desperdicio pueden identificarse a lo largo de las cinco etapas de la cadena de suministro: campo, traslado, procesamiento o empaquetado, supermercado o restaurantes, y por último, el hogar. Por su parte, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente expuso que en 2019 la composición del desperdicio se conformaba en 61% de los hogares, 26% del servicio de alimentos y 13% del comercio minoritario, como mercados pequeños o almacenes. Mientras, el hambre acecha a la mitad de los hogares, el desperdicio se aloja en la otra mitad.

En gran medida, gobiernos e instituciones correspondientes son responsables de asegurar una óptima administración del suministro alimentario, así como del desperdicio –tal como lo establece el artículo 199 de la Ley General de Salud–. Sin embargo, los ciudadanos somos responsables de luchar contra la cultura del desperdicio, a través de la compra y preparación consciente, la planificación de las comidas y la correcta preservación de los alimentos.

Dicho lo anterior, denunciar una problemática no desdeña la otra, claro que deben atenderse a la par del hambre, los otros tantos grandes problemas sociales que aquejan a México; sin embargo, no hay cerebros llenos donde hay estómagos vacíos; no puede construirse la paz desde un cuerpo en guerra; no puede mejorarse la vida sin antes haberla asegurado.

Cuando impera el hambre pareciera que pronunciar la frase “no dejen de estudiar” se entendiera como “denles pasteles”.

Contemplar otros fenómenos de manera aislada es precisamente dar pasteles, pues no puede pretenderse resolver un problema sin atender los cimientos principales, no sólo de la evidente realidad destartalada, sino de la propia vida humana.

Escribe: Marcela Vázquez Garza

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