Enmascarando la humanidad, a través del maltrato animal.
La violencia camina a nuestro lado y el maltrato animal nos respira en las espaldas. Aunque se haya identificado y penado el delito, estos actos de tortura tienen su origen en la raíz de nuestra sociedad: la familia.
Si bien la violencia ha caracterizado y acompañado al ser humano a lo largo del tiempo, en México se dio un paso en la dirección correcta. El martes pasado, Benjamín “N” fue declarado culpable y condenado en Querétaro a pasar 10 años en prisión, sin derecho a fianza y una multa por reparación del daño de aproximadamente dos millones y medio de pesos, por el asesinato de Athos y Tango, dos perros del equipo de búsqueda y rescate de la Cruz Roja.
Recordemos que Athos ayudó en el rescate del sismo de 2017 y Tango estaba adiestrado para apoyo psicológico.
Este caso, aunque no deja de ser desgarrador, es un parteaguas en el maltrato animal en nuestro país, pues es el primero que no queda impune. Sin embargo, fue desconcertante y ofensivo ver que la violencia animal no cesa. Un día después de la sentencia, se viralizó un video en el cual un osezno negro —especie en peligro de extinción— fue torturado hasta la muerte por habitantes del municipio de Castaños, Coahuila, mientras la policía observaba distante e inmutable.
La violencia camina a nuestro lado y el maltrato animal nos respira en las espaldas. Aunque se haya identificado y penado el delito, estos actos de tortura tienen su origen en la raíz de nuestra sociedad: la familia.
Según Thomas Hobbes, el hombre, por naturaleza, es un ser violento, de ahí deriva que forme un contrato social para procurar la paz, pero no incluye a aquellos fuera de la especie humana y la crueldad animal no deja de ser un acto de crueldad humana. Dicho lo anterior, los núcleos de formación social y educativos tienen un rol fundamental en el desarrollo de la violencia. En palabras de Adriana Martínez Chavarría, presidenta de Educación en Bienestar Animal (EBA), “la raíz de la problemática que está poco atendida es el factor humano, la educación”.
La cruda realidad es que la violencia y el maltrato animal son factores de pobreza educacional y de carencia de cultura, que son el inicio de un ciclo vicioso del que no podemos salir.
Desde la antigüedad, el maltrato animal existe, por ejemplo, se les usaba como “maquinaria”, bestias de carga o víctimas de guerra, porque no se comprendía la idea de que los animales son seres vivientes y sintientes. Es decir, no se concebía el maltrato animal consciente e intencionado. Tuvo que pasar mucho tiempo.
Fue hasta 1979 cuando la profesora Joyce Tischler creó la Fundación de la Defensa Legal de Animales, primera en su tipo. Hoy en día hay conocimiento, divulgación y múltiples programas y políticas sobre la protección pero, aun así, siguen presentándose miles de casos de maltrato, ¿por qué?, me remito una vez más a Martínez Chavarría, por las carencias educativa y cultural, la idea de superioridad y la incertidumbre de estos tiempos líquidos, ahí está el miedo, el primer factor que propicia la violencia.
A partir de la modernidad, el consumo y abuso animal se dispararon, convirtiéndose en parte de los grandes pilares del produccionismo, a su vez, cimientos del antropocentrismo y pérdida de identidad. Con ello, aumentaron la violencia y la ruptura de la familia. Hemos querido enmascarar la humanidad y la vulnerabilidad a través del maltrato animal al pretender valentía y superioridad. En realidad, es la pérdida de la verdadera identidad del ser humano. El progreso se sobrepuso al bienestar.
Con la penalización hemos comprendido que, como diría Milan Kundera: “La verdadera prueba de la moralidad humana, la más profunda, radica en la relación con aquellos que están a su merced” (La insoportable levedad del ser).
Al final, aunque la violencia es parte del ser humano, y el maltrato animal una realidad histórica, no estamos condenados a ello, por el contrario, estamos comprometidos a la consciencia y crecimiento. Penalizar el maltrato animal y castigarlo socialmente es ahora la verdadera realidad histórica. Tal vez esto no logre detener atrocidades, pero sí es un parteaguas. Para encontrar y fomentar la solución integral, es necesario visibilizar y nombrar el problema, así como desmantelar la impunidad.
Escribe: Marcela Vázquez Garza / Excélsior