Carta a Ricardo Sheffield.
Es inmoral tener que pagar “valores agregados” por los productos o servicios ya adquiridos.
Es inmoral tener que pagar “valores agregados” por los productos o servicios ya adquiridos.
En cualquier manual de finanzas personales, hasta en el peor de ellos, hay un apartado especial dedicado a los gastos hormiga que reflejan cuánto podríamos ahorrar de nuestro ingreso eliminando esas pequeñas pero constantes fugas de capital.
El tema que me invita a escribirte, Ricardo, es que nadie habla de los robos hormiga. Esos gastos obligados que parecen una “cooperación” voluntaria y que van sangrando, poco a poco, el bolsillo. En especial de los que menos tienen.
Aceptamos (cual si tuviéramos opción) subsidiar el subempleo en México con los viene-viene, empacadores y hasta despachadores de gasolina, pero pagar por abusos leoninos de las grandes empresas me parece demasiado.
Robos hormiga
Cada que elegimos consumir en un establecimiento les estamos haciendo un favor a los propietarios, decidimos enriquecerlos más al adquirir sus productos dentro de un sinfín de oportunidades y ofertas. ¿Qué recibimos como agradecimiento? Pagar el estacionamiento. En algunos lugares fingen gratitud con el cliente e intercambian un ridículo sello por dos, tres o hasta cinco pesos. Una cuota disminuida por consumir en su local.
El meollo es ¿por qué tendría que pagar estacionamiento por comprarles? Los supermercados tendrían que incluir esto en su servicio, parece una cuota mínima o cooperación, pero es un claro robo. Miles de personas pagando dos, tres o hasta cinco “pesitos” (por cierto, en efectivo y sin comprobante fiscal) a pesar de haber consumido en ese establecimiento.
Ricardo, aún celebro que le hayan puesto un alto a las aerolíneas con el abuso de cobrar por el equipaje de mano, pero falta mucho por hacer. Es inmoral que los consumidores tengamos que pagar “valores agregados” por los productos o servicios ya adquiridos.
Uno de los sectores que convirtieron los paguitos en toda una industria son las aerolíneas. Al adquirir un pasaje estamos comprando un lugar para viajar, aunque suene a pleonasmo, pero la realidad es que hay que comprar aparte el asiento. ¿Qué sucede si ningún pasajero quiere comprar la asignación de asiento? ¿Flotamos en el éter? ¿Nos vamos parados cual transporte público? ¿Por qué se permite que se cobre eso? Y no, no estamos hablando de la ancestral diferencia entre primera clase y turista, en la clase turista hay diferentes precios si quieres ir adelante o atrás.
Y ni qué decir de las aerolíneas que lucran con un concepto semejante a “expedición de boleto”, si estoy comprando un boleto de avión la obviedad sería que esté incluida la expedición. Si no pago la emisión del ticket, ¿no compré un boleto o cómo?
La lista de estos microrrobos es eterna, podríamos seguir con un tipo de coperacha verde para fomentar la no contaminación de la aeronave, mismo que debería ser su obligación para contar con autorización para volar o comprar un seguro para reafirmar nuestro viaje, ¿hay que protegernos de sus cancelaciones o retrasos? Más bien tendrían que indemnizarnos.
La pandemia y la crisis económica subsecuente debió aleccionarnos sobre el poder que tiene el consumidor y el respeto al cliente. ¿Qué sigue? ¿Rentar los cochecitos en el supermercado? ¿Pagar por utilizar los baños en el avión? Suena ridículo, pero estamos cerca.
Lo enumerado aquí es sólo un ejemplo, pero hay decenas de robos hormiga en todos los ámbitos. Gastitos que enriquecen a las corporaciones y que representan un porcentaje importante del ingreso de los consumidores.
Escribe: Kimberly Armengol / Excélsior