Opinión

Elecciones competidas.

El domingo pasado hubo elecciones locales en seis entidades de la República.

El domingo pasado hubo elecciones locales en seis entidades de la República. De las seis gubernaturas en juego, Morena logró arrebatar cuatro triunfos a los partidos en el gobierno —Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas—, mientras que la coalición PAN-PRI-PRD logró retener dos gubernaturas en Aguascalientes y Durango La tasa de participación promedio en las seis entidades fue de 46%, 10 puntos menos que el promedio observado seis años atrás en las mismas entidades. Hay que tomar en cuenta que algunas entidades han modificado sus calendarios electorales. Hace seis años se renovaron 12 gubernaturas, ahora sólo seis. En cuatro entidades solamente votaron por gubernatura, en Durango se eligieron también ayuntamientos, y en Quintana Roo se eligió Congreso local.

Al igual que el año pasado, destaca que en cuatro de seis contiendas hubo alternancia. Baste recordar que en 2021 hubo alternancia en 12 de 15 entidades, 11 de ellas para Morena. Entre 2021 y 2022, Morena ha ganado 15 gubernaturas. Desde la óptica que se prefiera usar, de 2018 a la fecha, Morena ha sido más exitoso que los partidos opositores a nivel local.

En segundo lugar, es notable que los márgenes de victoria resultaron inusualmente holgados. Entre 2003 y 2016, el margen de victoria promedio en elecciones por gubernaturas ha sido de 12.5 por ciento. En ese mismo lapso, sólo una de cada cuatro contiendas tuvo diferencias entre primer y segundo lugar menores a cinco por ciento. El año pasado, el margen promedio también fue de 12 por ciento. Sin embargo, el pasado domingo el margen de victoria promedio fue de 24.4 por ciento.

Una lectura optimista de las elecciones locales de 2021 y 2022 celebraría que el voto de castigo y la alternancia gozan de cabal salud en nuestro sistema electoral. Una lectura pesimista alertaría sobre la caída en participación electoral y que los márgenes de victoria hayan sido tan holgados. En una democracia consolidada, las elecciones no sólo deben ser confiables —como lo son en México desde hace varias décadas—, sino competitivas o reñidas.

Tras los resultados del domingo pasado se ha vuelto a discutir la conveniencia o no de recurrir a coaliciones electorales. Baste recordar que, en cinco de seis contiendas, Morena mismo recurrió a coaliciones con dos y hasta tres partidos.

Por otro lado, PAN, PRI y PRD hicieron coalición en cuatro de seis contiendas y, en dos de ellas, lograron retener el poder.

Pero podemos ampliar el análisis a las 21 elecciones por gubernaturas observadas entre 2021 y 2022. En 15 de los 21 casos en que hubo coalición opositora entre el PAN-PRI-PRD, el margen de victoria promedio fue de 13.2 por ciento.

Por otro lado, en los seis casos en que no hubo esta coalición tripartita, el margen de victoria promedio fue de 21.9 por ciento.

La conclusión es obvia: las coaliciones sirven para producir elecciones más competidas. Sin embargo, el que una elección sea más reñida no necesariamente implica o garantiza el triunfo. En algunos bastiones puede ser que la coalición no sea necesaria —como quizá fue el caso de Chihuahua y Querétaro en 2021—, pero en otros, como Durango el domingo pasado, fue determinante.

Por último, vale la pena recalcar que los efectos aritméticos de una coalición electoral no sustituyen a una candidatura competitiva o de calidad. Si las coaliciones postulan candidaturas poco competitivas —como quizá le ocurrió a Morena en Durango o al PRI-PAN-PRD en Hidalgo—, difícilmente obtendrán el triunfo. Si las coaliciones electorales consisten en pactos cupulares alejados de las bases o si las estructuras partidistas locales migran hacia otro partido, difícilmente triunfarán.

La participación electoral también responde a lo reñido de las contiendas. Si los partidos políticos no postulan candidaturas atractivas para el electorado, ¿por qué habrían de acudir masivamente a las urnas? Si los líderes políticos locales prefieren entregar plazas o migrar hacia al nuevo partido dominante, éste podría volverse hegemónico.

Escribe: Javier Aparicio / Excélsior 

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