Opinión

El peligro de las mañaneras…

Tengo un amigo que nunca se pierde en televisión eso que llaman las mañaneras. Le pregunté qué es lo que ahí pasa y me dijo que consiste en qué hay un señor que emplea cuando menos dos horas diarias para hablar de lo que sea. Por ahí pasan todos los asuntos que un mexicano pueda pensar y, sobre todo padecer.

¿Todos los temas?, le pregunté. Y mi amigo lo afirmó bajando la cabeza. Mmmh, me dije y pensé que seguramente nunca ha hablado de las angiospermas dicotiledonias ni sabe dónde se encuentra Costa de Marfil. Encontré que en los periódicos repiten cosas de las que ese señor habla y me encontré conque dice que el pasado, bueno el antepasado fue mejor, cuando había carruajes tirados por caballos y jamás se hablaba de las energías limpias ni del Producto Interno Bruto. Sí, cuando había liberales como Sebastián Lerdo de Tejada o Benito Juárez y conservadores que defendían valores familiares y religiosos como Antonio Cánovas y Lucas Alamán.

 

Pregunté a qué hora comienzan esas mañaneras y mi amigo me dijo que a las 6 y a veces a las 7; ya que “el que madruga Dios le ayuda”, de lo cual no hay testimonio histórico que lo demuestre. Cuando niño, supe que quienes se levantaban a esas horas, eran los barrenderos, los repartidores de leche, los que iban a correr a Chapultepec y, algunos borrachos que, zigzagueando en las banquetas, procuraban llegar a casa. Nadie medianamente razonable y decente andaba en la calle a esas horas. Intrigado averigüé y me dijeron que iban muchos funcionarios y periodistas escogidos que gustaban de aplaudir al señor que habla y habla.

  • Me pregunté a mi mismo, ¿y no se equivocará de hablar tanto y de todos los temas que se le atraviesen? Mis abuelos decían, entre otros refranes, que el pez por la boca muere o en boca cerrada no entran moscas. Se referían sin citar a Aristóteles o a Tolomeo, que el verbo debe respetarse y consagrarlo a lo importante, a lo decisivo y eso, llevaba a leer El arte de la prudencia, de Baltazar Gracián, quien publicó ese oráculo manual en 1647.

El que un individuo y más si es un empresario, diplomático o político hable sin parar todos los días, siempre ha sido lo opuesto a lo que aconsejan La Bruyere y Nietzsche. Por ello, me dije, voy a hacer un esfuerzo y veré alguna de esas mañaneras. Madrugar siempre ha estado en contra de mis principios, es la hora en que el amor es más dulce y cuando se evitan los efectos corrosivos de la personalidad. Los que se levantan temprano, siempre cantan una oda a que les irá bien, aunque generalmente están molestos, pues no han alcanzado a tomar un jugo fresco de zanahoria ni de comenzar el día con un par de huevos a la cazuela o chilaquiles con frijoles charros. Si bien les va, toman rápidamente un café y quizás un Alka-Seltzer.

Puse el despertador y justo alcancé a ver desde el principio, detrás de una especie de púlpito, el señor que habla, dijo que la epidemia le había caído como anillo al dedo, no son muchos los muertos; abundó sobre cómo la violencia había bajado, que con los militares él se sentía a gusto y confiado. Las librerías debían estar cerradas, pues no son esenciales, y el Banco Central al igual que el instituto electoral, no sirven.

Apagué el aparato y vi que esas mañanerasson un peligro para la salud : el día comienza como un disparate amargo.
Por: Raúl Cremoux

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