Una frase que comúnmente se hacía al principio de la pandemia era preguntarse cuándo volveríamos a la normalidad o ¿qué sería la nueva normalidad? Hoy, para hacer una prospectiva de lo que será este año, debe partirse de una definición: covid llegó para quedarse y, por lo tanto, lo que resulta normal es la existencia de la enfermedad y no cuándo dejará de existir entre nosotros. Dejará de ser pandémica para ser endémica.
Al hacer un recuento de lo que ha sido esta dolorosa pandemia existen dos lecturas: la que pone el acento en los costos que ha tenido en vidas, empobrecimiento de la población y el crecimiento de la brecha entre naciones ricas y pobres. La otra tiene que ver con la capacidad que ha tenido el mundo para adaptarse con mayor rapidez a las variantes como delta u ómicron.
Hace dos años, el mundo no conocía el virus y hoy ya vemos que compañías como Pfizer ya lograron poner en el mercado pastillas para controlar los aspectos más graves de la enfermedad.
La realidad pende de un punto entre las posiciones más pesimistas y aquellas que eligen contar las buenas noticias como velas de esperanza en una cueva que, por momentos, parece no tener fin. No salimos de una variante cuando entramos a otra que tiene características diferentes a la anterior y que, por tanto, plantea nuevos retos.
Ómicron, que despertó oleadas de desesperanza marcadas, entre otras cosas, caídas del tipo de cambio o las bolsas de valores han venido conteniéndose, puesto que se trata de una enfermedad hipercontagiosa, pero mucho menos dañina. El número de contagios crece, pero no así el de defunciones u hospitalizaciones.
Tienen razón los más sabios que aseguran que el virus irá mutando a ser menos nocivo, pero más contagioso, como lo han hecho otras enfermedades para que su especie pueda mantenerse y prosperar.
El mejor de los escenarios: la capacidad sin precedentes de contagio de ómicron ayudará a la anhelada inmunidad colectiva.
No obstante, se debe caminar por la coyuntura. Estamos viendo un fenómeno que en lo económico se caracteriza por un crecimiento de la inflación, en Estados Unidos se han tocado niveles no vistos en tres décadas, que tiene su origen en el rompimiento de las cadenas de producción.
El just in time, que en los noventa parecía ser una panacea, hoy debe ser cuestionado. Hay quienes desean volver a modelos de economía cerrados, un experimento que fracasó en el mundo y otros más en bloques regionales como el TMEC.
La migración, que ya es un problema ingente en la humanidad, creció de manera muy dolorosa. Han aumentado los desplazados por cuestiones económicas y podrá controlarse la pandemia, pero no se superará esa condición de miseria y abuso en la cual están sumidos millones de seres humanos frente la indiferencia criminal de otros millones.
Sus efectos podrían propiciar más que tensiones como las que se viven en las fronteras de Estados Unidos o de Rusia. No podrían descartarse actos de mayor violencia entre naciones a causa de la migración, es un problema que a la humanidad corresponde su solución, en principio, en los países que, ante su fracaso, expulsan a sus habitantes.
El mundo está en camino a la recuperación, sin embargo, no se puede descuidar de la agenda que una vez logrado el control de la enfermedad los problemas no estarán solucionados, sino que muchos se verán agravados. Cuando se padece una enfermedad y cuando es controlada deben atenderse los asuntos colaterales. Durante este 2022, la historia mundial quedará marcada ya no por la pandemia, sino por la forma en los que los países y gobiernos puedan adaptarse de mejor manera a los retos.
COMIENDO CAMOTE
Pocas frases coloquiales desprecio tanto como “comiendo camote”. Penosamente, no encuentro otra para describir a las autoridades mexicanas en materia de prevención frente a la variante ómicron. Ciudades como Los Ángeles (uno de nuestros principales intercambios turísticos) registra más de 20 mil contagios diarios y aquí no pasa nada.
La Universidad John Hopkins nos sitúa como uno de los países más letales por covid, mientras nuestros gobernantes nos dicen que no pasa nada y no hay de qué preocuparse. ¡Cuánta arrogancia!
Imágenes del aeropuerto de la Ciudad de México o de las playas mexicanas me dan vergüenza, ¡mucha vergüenza!
POST SCRIPTUM
Símbolos ominosos se ven en el horizonte nacional. La violencia verbal instigada por gobernantes y grupos de la oposición está mostrando símbolos de violencia, como el atentado en contra de la estatua al presidente Andrés Manuel López Obrador o la cacería en contra de la senadora Lily Téllez por haber donado una ambulancia.
De seguir por este camino, desgraciadamente pasaremos el punto de no retorno del cual nos arrepentiremos todos.
Escribe: Kimberly Armengol / Excélsior