Opinión

Los prejuicios sobre la razón.

Desde que se apareció covid-19 surgieron miles de teorías para explicar su origen, mismo que aún no queda del todo claro, pero ¿por qué no revisar un poco lo absurdo que podemos llegar a ser los seres humanos?

No sé usted, pero yo recuerdo que la primera teoría fue que el virus surgió luego de la ingesta de murciélagos infectados con la letal enfermedad; otra marcaba que había sido un experimento fuera de control; una falacia, el inicio de una guerra bacteriológica; el inicio de Apocalipsis, en fin.

Todas esas teorías podrían tener cierta base o, al menos, un ápice de verdad, pero hay una que en verdad raya en lo absurdo y carece de cualquier razonamiento, estudio o hecho comprobable: el rechazo a vacunarse.

Por costumbre, pensaríamos que esta corriente proviene de países menos desarrollados o menos informados, por decirlo de una forma elegante, pero no es así. Mientras los países pobres y de ingresos medios luchan por vacunas, la población en varios países europeos se niega a vacunarse bajo el absurdo argumento de no conocer los efectos de las vacunas. Estos individuos, carentes de cualquier formación científica, dudan de las bondades de la ciencia.

El movimiento antivacunas lleva años fortaleciéndose, incluso, antes de la pandemia, como el sarampión se presentó en países desarrollados. Basta recordar la preocupación que causó en 2018 y 2019 el aumento de casos de sarampión en Estados Unidos, bajo el argumento de madres y padres de familia que podría causar autismo.

Alemania es ahora uno de los puntos más álgidos de la crisis sanitaria actual. Ha roto récord de contagios y rompieron la barrera sicológica de los 50 mil casos en menos de 24 horas. El país ya está en la cuarta ola de una pandemia que no imaginaríamos presente también en 2022.

De nueva cuenta, se imponen medidas restrictivas y el regreso al teletrabajo. Actualmente, la economía más fuerte y desarrollada de Europa presenta una de las tasas de vacunación más bajas del Viejo Continente. El 7.5% de su población tiene el protocolo completo de vacunación y un 70% sólo una dosis, ¡de no creerse!

Mención aparte merece Austria, donde se implementan medidas para los no vacunados. La comunidad científica no está segura de los beneficios de esta medida, pero yo la aplaudo. Sí, son ellos quienes no deben salir ni tener acceso al espacio público. Ellos, que deciden no poner fin a la cadena de transmisión.

Con un tercio de su población sin vacunar, el gobierno austriaco plantea medidas para confinar a ese sector con la idea de: “los vacunados no deben pagar por la negativa de quien no quieren vacunarse”.

Fuera de Europa, Singapur tomó la determinación de que los no vacunados tendrán que pagar sus servicios médicos en caso de contraer la enfermedad. ¡Bien!

De este lado del mundo, hace unos días, en California, se restringe el acceso a espacios públicos, como restaurantes, a personas no vacunadas, lo cual desató el descontento e inicio de acciones legales de grupos antivacunas.

Recordemos aquella célebre frase que versa: donde acaban tus derechos comienzan los míos. Sí, los antivacunas tienen derecho a no tomar la vacunación, pero los gobiernos tienen la obligación de proteger a las personas que sí lo hemos hecho e imponer medidas a fin de incrementar las tasas de vacunación, evitar nuevos brotes y colapsar nuevamente los sistemas de salud.

Limitar el acceso a espacios públicos puede parecer una medida extrema, pero es un momento de decisiones. Ya no podemos confinarnos más y, si eso va a pasar, que pase con quienes siguen en la negativa de cuidarse y cuidarnos.

Escribe: Kimberly Armengol / Excélsior 

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