La democracia como taxi.
Los senadores y senadoras de Acción Nacional que recibieron a Santiago Abascal, líder del partido de ultraderecha español Vox, insisten en que sólo firmaron una carta plena de conceptos lindos: separación de poderes, combate al comunismo, defensa de la patria, de la democracia, la familia y la propiedad. Y yo digo, qué importa lo que diga la carta. Lo importante es con quién se firma y el récord antiderechos de ese partido en España: condena y ataque xenófobo a la migración africana, defensa de una sola forma de familia y del papel tradicional de las mujeres, condena del homosexualismo y el movimiento LGBT, condena a todo esfuerzo de perdón y reconciliación con quienes apoyaron a movimientos separatistas. “Religión, Familia, Patria y Propiedad” figuraban en los movimientos armados de ultraderecha en América Latina en los 70, pienso en ello y me da escalofrío. Es como si las feministas francesas firmaran una alianza con Marine Le Pen, la líder del partido Agrupación Nacional de ultraderecha, porque es mujer y salpica su discurso con algunas frases promujer. Lo que cuenta es su récord en la Asamblea Nacional, sus ataques a la Unión Europea, a la inmigración, etcétera.
Por ingenuidad e ignorancia o porque en Acción Nacional permanece inalterable una corriente muy conservadora, esas firmas le hicieron un gran regalo al presidente López Obrador, quien no lo ha desaprovechado. Si se hubiera dado ese acercamiento con el fascistoide Vox antes de las elecciones de junio, es probable que el PAN hubiera sacado significativamente menos votos en la Ciudad de México que, como bien se dice, es una ciudad de derechos y cuenta con un electorado liberal e informado.
Pero el Presidente se equivoca si cree que está tan lejos de los desfiguros que critica. O que su presidencia es inclasificable por especial e innovadora como afirman algunos de sus epígonos. El Presidente representa tan sólo otra más de las figuras populistas que han triunfado tanto en nuestro continente como en otras regiones. Que si es de izquierda o de derecha tampoco importa. Lo significativo es que surge de regímenes democráticos y en su afán por inaugurar un momento único y que merezca loas sempiternas en los libros de historia, corre el riesgo de debilitar y deformar aquello que le dio origen: la democracia. Es cierto que el apego del populista a la democracia se limita a practicar las elecciones porque le dan legitimidad interna y externamente y le dan oportunidad de recorrer el país, debatir, etcétera. En el caso de nuestro líder, ya sabemos que sólo respeta las elecciones cuando él gana y que —como a los demás líderes populistas— los partidos políticos le dan una flojera infinita, lo mismo que el Congreso y la separación de poderes, instituciones de las que en un mundo ideal podría prescindir.
Corrientes de ultraderecha enarbolan el fantoche del comunismo cuando éste realmente sólo está presente en algunos libros de texto, en clubes de viejitos que juegan ajedrez en algún café y en el nombre de los partidos gobernantes de China, Rusia, Cuba, Vietnam, aunque ninguno de estos países lo practican como tal. Tampoco son ejemplo de democracias vibrantes. Quizá Corea del Norte sea el peor caso. No llamen comunismo a lo que sucede en Venezuela o en Nicaragua. Son populismos tiránicos, lejos de lo que sucede en México. Pero el Presidente también enarbola su fantoche: el del neoliberalismo que existió y existe y le ha sido muy útil, como espantajo y como instrumento económico. Como cualquier líder populista, recurre al abecé del discurso propagandístico: los vengo a liberar de una historia horrible, la del neoliberalismo, origen de todos nuestros males, especialmente de la corrupción, para dirigir al país a una utopía feliz, honesta e igualitaria, que rescata un pasado glorioso lleno de héroes y derrotas injustas por los hombres blancos y barbados. Para llegar a esa utopía vamos a aplicar las tesis neoliberales de la austeridad y de la miniaturización del sector público, del déficit cero y aprovechar el T-MEC que es neoliberal a la n potencia, pero nos puede resultar útil para crecer mientras los proyectos puestos en marcha en el centro-sur del país, incluyendo trenes mayas, trapiches, pozos petroleros, refinerías y cultivo homogéneo de árboles empiezan a mover a la economía local.
En ninguno de los casos mencionados el populismo ultraderechista de Vox o el más tradicional de López Obrador, casi de manual, hay una verdadera vocación y devoción por la democracia. Más bien la idea utilitaria de la democracia como un taxi al que obligatoriamente hay que tomar para llegar a donde el líder en cuestión ha definido, él solo, que quiere llegar.
Escribe: Cecilia Soto / Excelsior