Opinión

A LA MITAD (MÁS CORTA) DEL CAMINO.

Hace un par de días, unos señores con overol aparecieron en Palacio Nacional con unos tanques modelo años 70, para anunciarnos que Gas Bienestar se lanzaba a las calles. A alguien le pareció que eso, el viejo espíritu de “¡El gaaas!” es lo que debe distinguir al Presidente de la Cuarta Transformación, líder de la izquierda mundial y etc. Vaya que se echaron una cuidadota de investidura. De las adultas mayores cargando los cilindros hasta casa, o de que el mencionado Gas Bienestar sale más caro que el de varias distribuidoras privadas, ni hablar.

Al mismo tiempo, descubrimos que sí, puedes lograr que te despidan del equipo obradorista. De hecho, parece que, hoy por hoy, es muy fácil. Hasta hace unos meses, el Presidente no corría ni cambiaba de silla a nadie, no fuéramos a pensar que era falible. Pero como que, a fuerza de resultados negativos en todo, le agarró el gusto, y ¡bum!: que si Olga mejor al Senado; que –se rumora– el simpaticazo de Octavio Romero va para afuera (“¡Son los últimos 35 mil millones de dólares tirados a la basura que te perdono, Tavo!”); que si Adán Augusto López remplaza a Olga en su papel de florero; que si Javier May se va de Bienestar, y que si Jorge Arganis bye. (Me adelanto a su pregunta: Arganis es un señor que está a la cabeza de la SCT.) Sip: a los problemas de casting se suma la inestabilidad.

¿Les parece que estuvo pesada la semanita? Añádanle la última comparecencia de Gatell. En efecto, la estrategia federal, ya de plano, es que se contagien los que hagan falta y Dios dispondrá. Sí: pueden salir muchos del gabinete, pero, 500 mil cadáveres después más los que sean necesarios para no gastar en vacunas, el Doctor Muerte seguirá entre nosotros. Ya dijo que el número de difuntitos por la vuelta a clases va a ser aceptable. Que los caminos de la vida, pues.

Fue la misma semana en que el Presidente presentó su libro nuevo… varias veces, como para olvidar el mal trago de quedarse enfurruñado en la Suburban por culpa de la CNTE. El jefe del Estado, sí. A la mitad del camino, se llama el libro. Y es cierto, vamos a la mitad. Nada más una observación. Cuando éramos muy niños, si mis padres partían un chocolate o un pan y nos preguntaban a mi hermana y a mí qué mitad queríamos, la respuesta era: “La más grande”. Ellos, claro, nos explicaban que las mitades eran por definición del mismo tamaño. Se equivocaban. Lo que dejamos atrás es la mitad más corta del sexenio. Faltan tres años que van a sentirse como lo que dura una licenciatura: 18.

Escribe: Julio Patán / 24-horas.mx 

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