Opinión

Cabeza, corazón y manos: pilares del liderazgo

El modelo “cabeza, corazón y manos” ha sido ampliamente estudiado en la literatura psicológica sobre emociones, sentimientos e inteligencia emocional.

La prudencia es clave en el ejercicio del criterio. Saber cuándo acelerar y cuándo frenar define a un buen líder quien, además de analizar con rigor, es capaz de asumir riesgos con audacia. Su tarea no es sólo tomar decisiones, es enseñar a su equipo a elegir su destino en función de sus capacidades, aspiraciones y contexto.

El modelo “cabeza, corazón y manos” ha sido ampliamente estudiado en la literatura psicológica sobre emociones, sentimientos e inteligencia emocional. Autores como Peter Drucker y, más recientemente, Álvaro González-Alorda han analizado los vínculos entre distintas escuelas de liderazgo y este enfoque. En particular, se ha relacionado con la corriente humanista personalista, en la que Juan Pablo II profundizó, destacando la relevancia de la empatía y la afectividad en la conducción de equipos y organizaciones.

Criterio, determinación y empatía son tres cualidades que pueden explicar este modelo. La cabeza permite tomar decisiones acertadas, las manos ejecutan la acción y el corazón involucra a los demás en la tarea, evitando que quienes lideran se queden solos en el proceso. En definitiva, dirige bien quien posee criterio, determinación y empatía.

El criterio representa la cabeza. Es el hábito intelectual que permite comprender la realidad tal como es y vislumbrar cómo transformarla. No todos lo poseen en la misma medida, pues requiere cualidades como la serenidad y la reflexión. Quienes son impulsivos o coléricos suelen tomar decisiones guiados más por su estado de ánimo que por los hechos.

La prudencia es clave en el ejercicio del criterio. Saber cuándo acelerar y cuándo frenar define a un buen líder quien, además de analizar con rigor, es capaz de asumir riesgos con audacia. Su tarea no es sólo tomar decisiones, es enseñar a su equipo a elegir su destino en función de sus capacidades, aspiraciones y contexto. La prudencia bien entendida no consiste en imitar a otros, ya que esta actitud sólo conduce a llegar tarde a las encrucijadas decisivas y a diluir la propia identidad.

Así como los músculos se fortalecen con ejercicio, la determinación también se puede entrenar. Quien no claudica, tarde o temprano alcanza sus metas, incluso cuando éstas son ambiciosas. Un buen líder no se justifica ni busca culpables externos; asume responsabilidades y se sobrepone al cansancio y a la decepción, infundiendo en su entorno esperanza en el futuro.

Los fracasos forman parte del camino, pero los grandes directivos aprenden de ellos, perseveran y mantienen una actitud resiliente. No sólo resisten la adversidad, sino que también inspiran a otros, fomentando en su equipo cualidades esenciales como la tenacidad, el coraje, la constancia y la paciencia. Las virtudes del líder no sólo ayudan a afrontar desafíos, también terminan arraigando en la cultura organizacional.

El corazón del liderazgo es la empatía, la capacidad de ponerse en la piel del otro y comprender sus emociones, percepciones y puntos de vista. No se trata sólo de una reacción afectiva, es un ejercicio racional que permite interpretar y responder adecuadamente a las necesidades de los demás. La empatía implica asumir de manera racional la situación emocional de los demás para realmente comprender al otro.

Cualidades como la simpatía, la sencillez y el optimismo facilitan la conexión con los colaboradores. Una cultura de empatía dentro de una organización reduce conflictos, fomenta la colaboración interdisciplinaria y permite sumar fuerzas en la consecución de objetivos comunes. Ningún líder puede lograr un impacto relevante si trabaja de manera aislada, por tanto, el liderazgo exige actuar con empatía, considerando la colaboración de muchas otras personas y entidades con las que se comparten valores, ideas y metas. El esfuerzo por llegar a acuerdos y la disposición para ceder o modificar los propios planteamientos tienen una recompensa valiosa: permiten sumar conocimientos, experiencias y perspectivas diversas, lo que facilita llegar más lejos.

En un mundo en constante transformación, el liderazgo requiere cabeza para decidir con criterio, manos para ejecutar con determinación y corazón para conectar con los demás desde la empatía.

Escribe: Fernanda Llergo Bay

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