Washington, D.C.— Ante la escasez de vacunas contra el COVID-19 y la detección de nuevas variantes del virus, resurge con fuerza el “nacionalismo vacunal”, la idea de que cada país es responsable de proteger la salud y el bienestar de los que viven dentro de su territorio sin importar lo que suceda a las poblaciones fuera de este. La típica respuesta trumpista de “mi país primero”.
El egoísmo entre países, como entre humanos, empeora en momentos de crisis. La semana pasada la Unión Europea y el Reino Unido se pelearon por el derecho a adquirir decenas de millones de dosis de la vacuna AstraZeneca. Tras informarle a la Unión Europea que siempre no iba a poder entregar en marzo el dote que había prometido, los europeos se enteraron que la farmacéutica sí estaba dotando al Reino Unido y estalló la discordia.
En una carrera en la que la producción de vacunas es menor a la creciente demanda, los países ricos y poderosos siguen acaparando las compras y precompras. Globalmente hay contratos para la adquisición de 8.4 mil millones de dosis (Bloomberg Covid Deals Tracker). Suficiente para vacunar a la mitad de la población mundial si se distribuyeran equitativamente. La vasta mayoría son compras de los ricos. Gran Bretaña precompró 367 millones de dosis para una población de 67 millones. Canadá, el peor ejemplo de acopio, tiene tres veces más de lo que necesita para inocular a toda su población.
El gobierno de Joe Biden anunció planes para comprar 200 millones de vacunas Pfizer y Moderna, con lo que su inventario aumentaría a 600 millones dosis, por encima de lo necesario para administrar dos dosis a cada una de las 260 millones de personas elegibles para recibir la vacuna. Por ahora no está autorizada para menores de 16 años. Pfizer y Moderna, las únicas dos vacunas aprobadas en Estados Unidos, aun no han producido el dote adicional.
Estados Unidos estima poder terminar de vacunar a su población a fines de 2021 si se mantiene el promedio actual de inoculación de un millón diariamente o a mediados del año si se eleva a millón y medio el promedio diario. La campaña de vacunación masiva se ha topado con una serie de escollos burocráticos y logísticos, amen del tiempo perdido por la ineptitud del anterior gobierno.
Al día de hoy, cerca de 100 millones de dosis han sido administradas en 62 países. La vasta mayoría en naciones ricas y de ingreso medio. Sudáfrica, donde se detectó una nueva variante al parecer más contagiosa, tiene 22.5 mil dosis para 60 millones de habitantes.
En México se han administrado cerca 700 mil dosis, lo que equivale a menos de 0.5 por ciento de la población (Our World in Data 1 de febrero 2021). De concretarse las precompras negociadas por el gobierno y las asignaciones prometidas por el fondo de adquisiciones Covax de la Organización Mundial de Salud (OMS), México tendría la capacidad de inocular a 119 por ciento de su población (Bloomberg Covid Deals Tracker). El gran reto, como en la mayoría de países, es hacer que lleguen las vacunas y contar con la infraestructura logística y el personal para aplicarlas.
Desde el verano pasado, en medio del agandalle en torno al equipo médico y compras de vacunas por anticipado, científicos de la Universidad de Harvard alertaron contra lo que llamaron “nacionalismo vacunal”, tendencia “moralmente reprobable” y la manera equivocada de reducir el contagio a nivel mundial.
Pidieron que sea la ciencia, no la política, la que guíe a través de organizaciones internacionales la estrategia global de asignación, distribución y verificación de entregas de la vacuna COVID-19. “Todos los países deben recordar que el enemigo es el virus, no el otro país. Una posición nacionalista hacia la pandemia prolongará esta crisis global y económica”, advirtieron médicos de Harvard meses antes de que existiera la vacuna contra el coronavirus (Harvard Business Review, The Dangerous of Vaccine Nationalism 20 mayo 2020).
En el mismo sentido se pronunció Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, ante el Foro Económico de Davos la semana pasada. Tras denunciar el “nacionalismo vacunal”, advirtió que la falta de vacunas en los países más necesitados, “sólo prolongará la pandemia”. “Si perdemos la confianza internacional a través del nacionalismo vacunal, todos vamos a pagar el precio de una recuperación prolongada”.
En nombre de la OMS, Ghebreyesus pidió a los gobiernos que ya tienen vacunas para inocular a su personal de salud y a sus adultos mayores, compartan el exceso en sus inventarios con Covax para que otros países puedan hacer lo mismo (The Guardian 30 enero 2021).
Con el cambio de gobierno, Estados Unidos no sólo reintegró a la OMS sino se unió Covax, fondo de adquisiciones que busca la asignación equitativa de vacunas entre todos los países. Con la meta de adquirir poco más de 2 mil millones de dosis, Covax espera poder hacer las primeras entregas a los países este mes de febrero. Sin embargo, se ha topado con la realidad de tener que competir con contratos más redituables para las farmacéuticas. Se estima que vacunar a los más pobres a través de Covax costaría 25 mil millones de dólares, una suma relativamente baja si se compara con los presupuestos de salud de los países ricos.
La Fundación Bill y Melinda Gates advierte que, al ritmo de vacunación actual, 75 por ciento de la población en los países de ingreso alto estaría inoculada a fines de 2021, contra 25 por cierto en los países de bajo ingreso.
El egoísmo de los países ricos de primero proteger a sus propias poblaciones es entendible desde el punto de vista humano y político, pero dejar a los menos afortunados a capear el temporal por su propia cuenta es suicida. Confinarlos a rascarse con sus propias uñas no es opción. El surgimiento y la rápida propagación de nuevas variantes del virus muestra que, como han advertido los especialistas desde el inicio, nadie está a salvo hasta que todos estemos a salvo.
Por: Dolia Estévez